Las personas depresivas suelen tener ojos nublados, van por el mundo sin ver su belleza. Cuando hablan con alguien, se tiene la impresión de que no lo escuchan, su mirada está velada. Muchas veces es como si las personas depresivas llevasen gafas oscuras, ven el mundo su vida y todo aquello con que se topan a través de estas gafas.
Se reencuentra la descripción de la persona depresiva en la historia de la sanación de un ciego, que se lee en Mc8,22-26. La gente conduce un ciego hasta Jesús y le pide que lo toque. De ello se pude inferir que la persona depresiva no tiene fuerzas para acudir por su cuenta al terapeuta. El depresivo tiene que sentir que puede ser franco ante el terapeuta o el padre espiritual, que no será juzgado, sino más bien que puede ser tal como es con todo lo que forma parte de él. Para conseguirlo, no puede tolerar espectadores. Le tendrá que rodear un espacio de paz, para que su alma sensible se haga oír.
Jesús no permite que la reacción del enfermo le determine, sino que actúa de forma soberana. Hace lo que le dice su instinto interior. Impone sus manos sobre los ojos del ciego, de manera que el ciego no pueda percibir nada más. Es un impulso para que mire hacia el interior, hacia dentro de sí mismo. Al principio el ciego levanta la vista, después ve claro y por último, distingue perfectamente. El depresivo tiene que levantar primero sus ojos para superar su abatimiento. Después ve al menos vagamente. Si bien todavía no puede encontrar al otro, sí lo percibe ya. El segundo paso es penetrar con la mirada su ser interior, la causa de su propia oscuridad y tristeza, para reconocer allí todo lo que le conmueve. Levantar los ojos, penetrar con la mirada y ver el interior definen los tres pasos de cómo se puede curar una depresión. La curación de una depresión comienza cuando levanto mis ojos cuando ansió saber de donde me vendrá el auxilio y cuando percibo que el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra (Sal 121). Con la fe en Dios, al que alzo mis ojos, seré capaz de mirar ahora el fondo de mi alma a través del manto que cubre mi corazón.
A una persona depresiva no se le puede decir simplemente:"Levanta los ojos, no bajes mas la vista". Sin embargo, una vía a través de la cual se puede cambiar la depresión es la escuela de los ojos.
Alzar la vista: en mi depresión, debo levantar mis ojos para que mi horizonte se haga más amplio, para que, en medio de mi oscuridad, puede ver la luz que me rodea. Las personas depresivas han dejado de ver la hermosura de la vida, son incapaces de regocijarse por algo. La mitrada hacia el cielo es el primer paso para salir de la autoinhibición. Sin embargo, el depresivo es incapaz de levantar los ojos por su propia cuenta.
Penetración con la mirada: debo ver a través de la oscuridad que hay en el fondo de mí, mirara en el fondo de mi propia alma En la historia, Jesús invita primero al enfermo a no mirara el propio caos, sino a dirigir inmediatamente la mirada a través de todo hasta el fondo. Debe mirara a través de toda la oscuridad y lo que provoca temor, a través de lo repulsivo y amenazador, a trasvés de toda la desesperación hasta llegar al fondo, a la causa. Allí en el fondo, se reconocerá el espacio en el que vive Dios en todo ser humano, en el que hay amor, luz y calor. Los primeros monjes y santos padres llamaban contemplación a este modo de mirar. Contemplación significa decir si a lo que es, percibir que todo esta bien, aun cuando nuestra enfermedad tengamos la impresión de que nada esta bien, aun cuando nuestra depresión nos domine, en las profundidades de yo reconocemos la armonía con todo, una conformidad con nuestra vida. Aprender a conocer la depresión y manejarla correctamente es un paso decisivo en el camino hacia la curación. Sin embargo, la curación mas profunda se produce en el camino espiritual cuyo fin es la contemplación, el reposos en un lugar de paz, en el que Dios, el verdadero medico de mi alma, vive en mí.
Mirar en el interior: como hemos mirado hasta el claro fondo a través de toda la oscuridad, ahora podemos atrevernos a mirar en nuestro interior todo lo que existe en nosotros en cuanto a angustia, desesperación, oscuridad, sentimientos de culpa, autoreproches, pero también en lo que respecta a la agresión y a la ira, a la amargura y al rencor.
Una vez que Jesús ha enseñado al enfermo en la escuela de la vista a levantar los ojos, penetrar con la mirada y mirar en el interior, le envía de vuelta a casa. Le instruye para que no entre en la aldea. LA persona deprimida necesita, incluso después de su curación, el espacio protegido de su propia casa, en la que sabe que está en su hogar, en la que está consigo mismo. Tiene que evitar la aldea, no puede soportar el gentío. El depresivo debe asumir su enfermedad como una invitación a la paz y como un permiso para estar solo, para escucharse y encontrarse.
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