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La investigación como factor de calidad educativa.



Hoy estamos aquí para hablar de un tema fundamental en el arte de enseñar, en el arte de transmitir y generar conocimiento, para ceder la llama que iluminara el horizonte conceptual y cognoscitivo de nuestros estudiantes para que sean seres curiosos, con capacidad de juicio crítico, para entablar posiciones firmes y concretas frente a las convergencias y divergencias que se presentan en el acontecer diario del mundo, que enrutado en un proceso de globalización, exige que se abran preguntas hacia el adónde vamos, y por consiguiente respuestas a ellas.
No podemos seguir involucrando a nuestros estudiantes en el mundo sin generarles inquietud y preguntas, que producen el arte de pensar apoyado en parte en los datos registrados en la memoria, la cual le clama al ser humano, casi a gritos que sea creativo, innovador, sorprendente desde la asimilación del fantástico mundo de las ideas al cual se llega cuando se deja la libertad en el arte de pensar.
Tenemos, como educadores que somos, ayudar a nuestros estudiantes a abrir las ventanas de la mente para que tengan audacia en el pensar, cuestionar, debatir, romper paradigmas, de este modo conducimos a que nuestros estudiantes, generando conocimiento y un conocimiento práctico y no meramente teórico, se formen como pensadores, autores de su historia y destino, con responsabilidad social para responder con audacia y valentía a las coyunturas que se le han de presentar en la vida, que van a ser muchas.
Este tema que deseo compartir con ustedes es el tema de la investigación. La investigación, que como alternativa didáctica orienta la capacidad de formular los cuestionamientos que promueven el desarrollo del pensamiento, conduciendo a formar un sujeto social y cultural que se pregunta por las realidades y su entorno con actitud de búsqueda de razones y explicaciones y, con el interés por construir alternativas para las diversas situaciones que este mundo acelerado y cambiante ofrece.
La investigación, es la acción generada, desde la observación atenta y admirada por parte del sujeto consciente de sí mismo operando, apoyado en la confianza de su identidad profunda, conociendo y manejando sus propias emociones, en la identificación y lectura de un dato problemático inquietante, que conduce a la búsqueda de su raíz para dar solución.
Interesante esta formulación pero deshilemosla, detallando los elementos en los cuales se estructura.
Primer elemento, la acción. La palabra acción está sujeta a la palabra acto que implica poner en movimiento algo, conduciéndolo a un encuentro con una batalla, en este caso con la duda, con aquello que inquieta, que perturba, con aquello que es incierto, que cuestiona y que genera la pregunta por algo.
Segundo elemento, la observación. La palabra observación está relacionada con el prestar atención ante algo, detallando las formas causales que constituyen ese algo, para luego asimilarlo por la abstracción, con la intención  de entregarse a la reflexión sobre el objeto admirado que produce emoción, sacando al observador de su estado habitual, para elaborar una imagen, guardándola para sí. La observación es un encuentro de alteridad, de la referencia al otro o a lo otro, desde la perspectiva del yo, para descubrir y comprender. Es un salir de mi hacia lo otro permitiendo que ese algo se relacione con mi ser y deje huella en mí, plasmando su identidad.
Tercer elemento, el sujeto consciente de sí mismo operando. Esta particularidad definida en el método trascendental de Bernard Lonergan, está constituido por cuatro variables dinámicas que son la consciencia, en donde se observa experiencialmente un dato; la intencionalidad, en donde se entiende inteligentemente una idea generada por el dato; la objetividad, en donde se juzga racionalmente la realidad que conlleva la idea; la trascendencia, en donde se decide responsablemente por lo bueno que está en la realidad de la idea generada por el dato observado. En otras palabras el sujeto consciente de sí mismo operando se resume entonces en el ser atento, ser inteligente, ser racional y en el ser responsable.
Cuarto elemento, la identidad. Es aquel conjunto de característica que hace percibir que una persona es única, convirtiéndola en alguien distinto a los demás, irrepetible, irremplazable. Es conducente al conocerse a sí mismo, a la comprensión de la verdad humana en sí. No es posible comprender al otro si antes no hay una comprensión del yo. La idea que tengo de mi yo es la realidad que los otros perciben.
Quinto elemento, la emoción. Esta surge de un estado afectivo experimentado a partir de una reacción subjetiva generada por un impulso del sentimiento que influye en el modo en el que se percibe la realidad y mueve hacia algo inquietante que lo saca a uno de su estado habitual preparándolo para una acción inmediata con una función adaptativa. La emoción conduce el proceso motivacional que se basa en aquellas cosas que inducen a un individuo a llevar a cabo ciertas acciones y a mantener firme su conducta y que sea asociada a la voluntad y al interés.
La investigación entonces, es esa fuerza dinámica que sumerge al individuo en la conmoción intelectual, propiciándole el ansia de respirar la verdad de la situación en la que está inmerso, provocando perturbación interna que inquieta y que le da impulso para salir a flote y responderse al porqué de la imagen referenciado por lo otro, su motivo, su razón, que es lo que estimula la percepción intrínseca de la cosa, su trasfondo, su mecánica interna, para así conducir de manera metódica y sistemática a una claridad atenta, inteligente, racional y responsable de la realidad que se observa.
La misión educativa en la investigación es conducir y ayudar a los estudiantes a liberarse de la cárcel intelectual, del pesimismo mental, del conformismo conceptual los cuales son serios obstáculos para la superación y logro de las metas. Esta misión conlleva entonces dos elementos de arte, el arte de la interrogación y el arte de la pregunta, pues educar es provocar la inteligencia, conducir a la duda metódica, ya que la respuesta a lo inquietante depende en gran medida de la magnitud de la duda. Los maestros deberían provocar intelectualmente a los alumnos y generarles la duda, exponiendo los temas con frecuentes cuestiones, haciendo parte de su rutina diaria el ejercicio de las preguntas ¿Por qué?¿cómo?¿dónde?¿Cuál? etcétera, permitiendo dejar abierto el tema lo cual promueve un estrés positivo en los estudiantes conduciéndolos a que abran las ventanas de su pensamiento, a que dejen entrar la brisa del conocimiento que cuestiona primero el terreno de la emoción, después entra al escenario de la lógica y por último al terreno de la memoria.
El mejor maestro no es el más elocuente ni el más discursivo, es aquel que suscita y estimula la inteligencia en sus estudiantes, es aquel que los emancipa y los forma con mente libre, ayudándoles a desarrollar la consciencia critica, promoviendo el debate de ideas, estimulando la educación participativa, para que los estudiantes superen la inseguridad, venzan la timidez y mejoren su concentración.
Todos los grandes pensadores fueron grandes cuestionadores. Las grandes respuestas emanaron de las grandes preguntas, cuando uno deja de preguntarse, deja de crecer y su pensamiento se vuelve obsoleto, oxidado. El arte de la pregunta y de la  interrogación es un proceso que debe iniciarse a la edad más temprana y conduce a educar los sueños e invita a soñar cada vez más, generando en la educación un ambiente poético, sublime, agradable.
Este ambiente, conduce al compartir generoso de la emoción intelectual, basada en la confianza de que el otro, captara con pasión aquella luz sublime de la verdad, que anega el ser en su totalidad y lo empuja a testimoniar lo adquirido, a ser luz y reflejo de la verdad conceptual conquistada, batallada y ganada.
Para que lo investigado redunde por tanto, en el proceso de enseñanza es necesario entonces el ordenamiento de aquello investigado por lo cual, se inclina el deseo y la pasión y se doblega a la ignorancia.
Ordenar lo investigado, conduce a una dinámica contemplativa, que se sucede en el silencio, para escuchar aquello que ha propiciado la inquietud y admiración, considerando la inteligibilidad del sujeto como generadora de una motivación propia, que conduce al acopio de las emociones que se suscitan, al identificar el problema investigado, para así poder entender lo observado y atendido, con el fin de favorecer la credibilidad del saber percibido y asumido, posterior a la búsqueda y lectura confiada del dato inicial problemático y de este modo interpretar transparentemente la idea generada por el dato inicial.
El orden exterior provienen del orden interior, de la captación profunda en la responsabilidad de los actos que conduce a la serenidad en el obrar, un obrar metódico, consecuente y estable, que propicia el resplandor del ser en la obra plasmada, sistematizada, brindando seguridad y fuerza transparente permitiendo que el ordenamiento al convertirse en un suceso de eslabones inciten al ser humano a asumir desde la duda, la certeza elemental y organizacional que lo conducirá a apoyarse en aquello investigado, con la calma de un aventurero que contempla la quietud del lago para ver en profundidad su esencia y captar su sentido profundo que lo encaminara paulatinamente a engranar constructivamente, desde los datos previstos, la idea que iluminara su sendero, conduciéndolo a la luz del conocimiento, para entender aquello observado y comprenderlo para asumirlo y posteriormente enseñarlo.
El ordenar los datos de la investigación por parte del investigador, requiere un espíritu de paz, para reflexionar y estructurar anímicamente el conocimiento adquirido, para mostrar elementos de verdad que han de conducir a la unidad, experimentando la alegría de compartir aquello que estaba escondido y que no era claro, convirtiéndose aquello en luz para el que no conoce. El dato ordenado ilumina el acontecer humano motivándolo a encaminarse audazmente a la generosidad de transmitir conceptual y vivencialmente aquello que fue dato y ahora es idea para convertirse en realidad.
Ordenar es encaminar y dirigir a un fin, el dato observado que identifica el problema admirado, generando un propósito teleológico concreto, estructurando un sistema complejo compuesto por varias partes interconectadas cuyos vínculos crean información adicional no visibles antes por el observador, surgiendo propiedades nuevas emergentes que no pueden explicarse a partir de las propiedades de los elementos aislados de los datos, mostrando formalmente el para qué  de aquello.
Después del ordenamiento de lo investigado, para que haya una consecuente aprehensión y asimilación del dato investigado que ahora es idea organizada y posteriormente se consolidara como realidad práctica, es necesario por tanto plasmar sintácticamente el hecho, para que sea leído, y esto se verifica entonces en la escritura, en el escribir, elemento fundamental para enseñar.
El escribir es un ejercicio de discernimiento, donde se plasma y se da asiento a la madurez reflexiva, serena y clarividente del conocimiento adquirido por la investigación desarrollada, para penetrar con agudeza y acierto y de manera razonable, la mente, el mundo de las ideas del lector de modo tal que, lo que contempla en la lectura sea un vehículo de admiración, que lo conduzca a la apropiación del dato investigado que es idea, para transformarlo en realidad contextual.
El escribir requiere un aparato sistemático critico por parte del que escribe de modo que en el escrito se plasme intensamente lo que siente el alma, la razón y el corazón, de forma casi poética y magistral, admirativa de por si en donde se encauza el noble ideal de transmitir la idea para que ella permee los espacios en donde va a penetrar, esto pues conduce, a reconocer diacrónicamente, las emociones de los que irán a degustar a través de la lectura, las posturas presentes en el texto.
Escribir es un acto hermenéutico en donde se inserta intensamente, un vivo proceso de transmisión histórico-conceptual para ser comprendido porque, cuando el lector viviendo en el presente se enfrenta con la idea plasmada en el texto, el horizonte del texto y el horizonte del lector se funden entre sí, de manera que lo que era precomprensión se modifica y se hace comprensión, entrañando una novedad decisiva de conexión entre la interpretación del dato ofrecido a través de la idea plasmada y la proyección de la realidad a desarrollar de esa idea.
La actualización de la idea expuesta textualmente, no es posible sin unos presupuestos que orientan la comprensión y que conducen a la formulación, en el contexto real, de la idea propiciada por el dato investigado y anteriormente ordenado. Estos presupuestos se centran desde la objetividad y la inteligibilidad en la dialéctica, encauzando metódicamente la confrontación de razonamientos y a partir de ellos obtener la verdad, el convencimiento, sobre el algo propuesto que es el dato investigado, transformado en idea de forma sistemática y metódica en el ordenamiento contextual.
Para escribir se ha de tener la capacidad de juzgar el propio razonamiento en su ordenamiento lógico, no se puede escribir sin antes analizar la idea a plasmar de forma tal que sea consecuente y argumentativa con el dato investigado, esto conlleva a propiciar el respeto a la letra plasmada del escritor, por parte del lector, conduciendo a formalizar de forma enigmática un sentido de fraternidad entre el que escribe y el que lee.
La formalización de este sentido de fraternidad conduce a la apertura de la enseñanza, no se pude enseñar lo que no se plasma, no se pude plasmar lo que no se ordena, no se pude ordenar lo que no se investiga. La enseñanza pues con estos elementos observados y predeterminados brinda una orientación sobre qué camino seguir, señalando el hacia donde ir.




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