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Como afrontar los retos de la educación “liquida”.



Hola Buenos días, para esta conferencia me voy a basar en el libro “Los retos de la educación en la modernidad “liquida” cuyo autor es Zygmunt Bauman.
Hoy en la modernidad “liquida” en que nos vemos inmersos de una u otra manera, se identifica el progreso con los atajos, los cuales se conciben como fórmulas de mejoramiento que ayudan a evadir considerablemente, tareas “evitables” y “desagradables” que roban tiempo y no permiten la satisfacción instantánea, pues en la concepción de la modernidad “liquida” ya no es necesario posponer de ninguna manera, la necesidad de satisfacciones, por tanto, la capacidad de espera está siendo eliminada, esperar se ha convertido en una circunstancia intolerable.
Esta circunstancia conduce a desarrollar el síndrome de la impaciencia, considerándose el tiempo como un recurso intolerable, transformándose la demora en un estigma de inferioridad que no privilegia en nada la gratificación instantánea que se desea alcanzar, transformándose la escala jerárquica en relación a la capacidad de reducción del espacio del tiempo que separa el deseo, de la satisfacción.
La transformación jerárquica del tiempo de espera, impacta en la relación del compromiso, considerándose este, como una virtud abstracta inconcebible, quebrándose el sentido de responsabilidad, la disposición a realizar juntos la tarea prevista y prometida. Bajo esta concepción, si uno acepta esperar, será despojado de las oportunidades de alegría y placer, puesto que el tiempo entra a registrase en la columna de débitos, trayendo consigo perdidas y no ganancias.
En la modernidad “liquida” hay una creciente tendencia a considerar la educación como un producto “instantáneo”, antes que como un proceso de desarrollo participativo, en donde se marcha hacia adelante, hacia un propósito determinado y trascendente a partir de algo. Cuando en el mercado consumista de perfectibilidad se consigue la educación como producto mercantil y no como proceso vital, como una empresa continua que dura toda la vida, se consigue completa y terminada en un breve espacio de tiempo aflorándose el apetito instantáneo de conocimiento con su resultado de indigestión intelectual, en donde no se pueden digerir las ideas, sino eructar las inspiraciones emotivas que no poseen un asidero firme, convirtiéndose en ideas subjetivas.
El apetito de conocimiento debe hacerse gradualmente más intenso a lo largo de toda la vida a fin de que cada individuo continúe creciendo y sea a la vez, una mejor persona. A lo largo de la vida los presupuestos conceptuales se van perfeccionando, van adquiriendo un mayor realce y envergadura consistente, conduciendo a proposiciones asertivas, llenas de reflexión y sabiduría, y no solamente de un conocimiento tecnicista puntal, propiciando respuestas sistémicas a las problemáticas coyunturales que presenta el ser humano en todas las dimensiones de vida. Hoy la educación se concibe como una adquisición única en vez de considerarla una búsqueda continua. 
El conocimiento, con anterioridad a la modernidad “liquida” tenía valor, puesto que se esperaba que durara, no que fuera perenne, pero sí que diera solidez a los presupuestos humanos de vida social, a los presupuestos que conducían a entablar de forma simple pero firme, el dialogo constructivo entre las ciencias del conocimiento. La educación debía encararse como la adquisición de un producto que podía y debía atesorarse y conservarse durante un largo espacio de tiempo en la historia. En el mundo de la modernidad “liquida”, la solidez de las cosas, como ocurre con la solidez de los vínculos humanos, se interpreta como una amenaza, pues cualquier compromiso a largo plazo augura un futuro cargado de obligaciones que restringen la libertad de movimiento por eso, la perspectiva de cargar con una responsabilidad de por vida se desdeña como algo repulsivo y alarmante.
La incapacidad de compromiso resuena en la incapacidad de relación histórica con el otro, pues esta, abarca elementos culturales que entretejen las dinámicas sociales y las proyectan desde el presente hacia el futuro, y si hay incapacidad de compromiso hoy, se refleja en la incapacidad de futuro sugiriendo un presente espumoso, fluctuante al devenir de la historia sin proyecto alguno.
La fluctuación del presente “liquido” se puede correlacionar con el mundo de la opulencia, considerando que esta puede medirse, no tanto por las cosas que se fabrican, se venden y se compran cada día, sino antes bien, por las cosas que se tiran diariamente para dejar lugar a las nuevas. La alegría de deshacerse “hoy” de las cosas es la verdadera pasión de nuestro mundo ya que la capacidad de durar mucho tiempo, con perspectiva de futuro y servir indefinidamente ya no juega a favor de un producto. El consumismo de hoy no se define por la acumulación de las cosas sino por el breve goce de estas. Esto conduce a un torbellino de cambios en el universo del conocimiento que se ajusta entonces al uso instantáneo y se concibe para que se utilice una sola vez.
Los conocimientos listos para el uso instantáneo, e instantáneamente desechables, resultan muy atractivos, esto presupone el encogimiento del lapso de la vida del saber el cual esta exacerbado por la mercantilización del conocimiento y el acceso al mismo. Hoy el conocimiento es una mercancía y se incita en las políticas educativas neoliberales y capitalistas a seguir formándose en concordancia con el modelo de la mercancía que instaura, la dinámica de mercado capitalista. El destino del conocimiento como mercancía es perder valor en el mercado velozmente y ser remplazado por otras versiones nuevas y mejoradas que pretenden tener nuevas características diferenciales. Es frecuente encontrarse por tanto, con la idea de que la educación no es un producto para atesorar, conservar y proteger, lo contrario a esta idea produce una perspectiva aterradora.
El mundo tal como se vive hoy, parece más un artefacto proyectado para olvidar que un lugar para el aprendizaje, pues la forma fluida de montar y desmontar el conocimiento es la mejor que se ajusta a la percepción que se tiene del mundo, un mundo múltiple, complejo y en veloz movimiento y por lo tanto ambiguo, enmarañado y plástico, incierto, paradójico y hasta cautivo, que no permite espacio para la interacción de consolidación de ideas y proyectos, pues estos requieren pausa y una visión a futuro lo cual choca evidentemente con la prisa y el inmediatismo. El conocimiento se ha convertido en un conocimiento desechable de usar y tirar, y esto en profundidad es usar y tirar como desecho la carga histórica y cultural que a lo largo del tiempo y como herencia humana viene asentada en las ideas que construyen el aparato epistemológico del conocimiento. Cuando el conocimiento se vuelve efímero, se vuelve efímera ha historia y por ende imprevisible el futuro.
La “liquides” de la modernidad conlleva a que, cuanto menos sólida y alterable sea una organización tanto mejor. Hoy se presenta como preceptos de la efectividad y la productividad, la negativa a aceptar el conocimiento establecido y la renuncia a guiarse por los antecedentes y la sospecha que despierta la experiencia acumulable. Cuando la reflexión humana se establece en presupuestos que pretenden establecer la superación de lo establecido y lo acumulable, se convierte en una reflexión que desliga el carácter histórico, ese carácter que estructura la identidad cultural y da cohesión al grupo humano, induciéndolo a la búsqueda del bien común. Cuando los preceptos de efectividad y productividad se sustentan en el hoy inmediato, soportado en la competitividad, el consumismo y el individualismo, el futuro se hipoteca, pues este se comporta como una estructura dinámica que avanza de acuerdo a la interacción del pensamiento humano, superando las propias defensas y los argumentos excluyentes y no colectivos considerando el todo como la conexión de las partes, considerándose por tanto el desarrollo solido e inalterable de la visión en conjunto del todo social.  En un mundo volátil como este en el cual casi ninguna estructura conserva su forma el tiempo suficiente como para garantizar alguna confianza y cristalizarse en una responsabilidad a largo plazo, andar es mejor que estar sentado, correr es mejor que andar.
En un sentido de educación duradero y que esperaba continuar siendo duradero y apuntaba a hacerse aún más duradero, la memoria era un valor positivo, pues esta se relacionaba con la identidad individual y colectiva que da consistencia histórica y desarrollo al nosotros social. La memoria es esa función que permite orgánicamente codificar, almacenar y recuperar la información del pasado por medio del proceso del recuerdo, en donde se evocan contextos pasados que consolidan y le dan forma significativa al aprendizaje comprendido y asumido. Hoy una memoria sólidamente atrincherada parece potencialmente inhabilitante, engañosa e inútil, pues todo aquello que da consistencia, cohesión, perdurabilidad, seguridad, está en contravía con el sentido metamórfico y camaleónico de la educación que busca ajustarse a los dramáticos cambios que ocasiona el océano de información cada vez más veloz, cada vez más sutil y cada vez más etéreo que no soporta la forma interiorizar reflexivamente el conocimiento pues esto requiere tiempo y va en contravía con la prisa con el afán epistemológico del mundo de hoy. En nuestro mundo volátil de cambio instantáneo y errático las costumbres establecidas, los marcos cognitivos sólidos y las preferencias por los valores estables, se convierten en desventaja.
Para el mercado del conocimiento toda lealtad, todo vínculo inquebrantable, todo compromiso a largo plazo son un obstáculo que hay que apartar enérgicamente del camino pues estos, actúan como contrafuerte a las insinuaciones mercantilistas del conocimiento propiciado por parte del capitalismo el cual, sueña no solo con ampliar el territorio en el que todo objeto es una mercancía, sino que también procura expandirlo en profundidad a fin de abarcar los asuntos privados e incluirlos en categorías de mercancía, fracturando a compresión lo que sujeta a la identidad social dándole cohesión y consistencia, con el fin de generar un estado licuoso de las cosas para que ellas pierdan su categoría, su fortaleza e identidad, elaborando un estado propicio para imprimir categorías sujetas a una categoría fundamental que es codificada por el mercado capitalista del conocimiento que se sustenta en la inmediatez.
En el estado actual “liquido” de la modernidad la receta para la modernidad es “ser uno mismo”, no ser como todos los demás, primando la categoría del egoísmo, del individualismo y la competencia, conduciendo a que lo que mejor se vende es lo diferente y no la semejanza, quebrándose el sentido de solidaridad, de responsabilidad común pues esta no aflora en la categorización de lo diferente, sino en la categorización de lo semejante, de lo parecido,  del sentido de la esperanza, del sentido de la confianza en el otro, pues el otro es semejante, no diferente.
Tener conocimiento y aptitudes adecuadas para el empleo se puede considerar una desventaja frente al factor de las ideas insólitas, proyectos excepcionales nunca antes sugeridos por otros y sobre todo la propensión a marchar solitariamente por caminos propios. El conocimiento es impugnado por la inspiración que ambicionan los hombres y mujeres de la modernidad “liquida”. Quieren tener asesores que los enseñen como marchar, antes que maestros que les aseguren que están recorriendo la única carretera posible. Estos consejeros harán de reprochar probablemente la pereza o la negligencia de sus clientes, antes que su ignorancia y les enseñaran el “cómo saber vivir”, antes que el “saber” a secas, en el sentido de sabiduría, ese saber que los educadores ortodoxos imparten a sus discípulos y que saben transmitir muy bien.
La modernidad “liquida” se conmueve frente a lo insólito, de aquello de lo que esta fuera de lo común, de aquellas situaciones que desacostumbran, de aquellas cuestiones extrañas que rozan con lo ridículo e inesperado, se fija en aquello deslumbrante que a larga no permite ver con claridad, pero se fija en esto, en lo “excepcional” nunca antes visto, ni imaginado que acaricia la ambición soberbia de querer sobresalir a como dé lugar, de querer ser el primero a pesar de todo sin importar a quien hay que aplastar y para esto se necesita el entrenamiento corporativo, ya no se necesita el discernimiento ni la sabiduría, sino un buen coach que lo “guie” por el camino de la “luz”, mostrándole el cómo ser superior y que tapa sutilmente, la necesidad egolátrica e individualista de ser diferente y no semejante.
En el frente educacional de la distribución del conocimiento lo desconocido ha cambiado de posición, ha pasado del mundo que era demasiado vasto, misterioso y salvaje, a la galaxia nebular de la imagen, que es pura y sencillamente inadmisible, en donde la información misma ha llegado a ser el principal sitio de lo desconocido, hoy lo que aparece demasiado vasto, misterioso y salvaje es la información misma, dando lugar a la particularización del conocimiento, el cual se hace asequible a un grupo humano particular que conduce a la privatización de la educación, pues ella ha de llegar privilegiadamente, a aquellos que apoyados en la nebulización de la imagen social y encaminados pragmáticamente por la línea del consumismo y del capitalismo aprueban sutilmente el bien propio sobre el bien común, trastornando el sentido de la educación, convirtiéndola en agente  de inequidad y desigualdad, generadora no de riqueza y desarrollo, sino de pobreza y subdesarrollo.
En la modernidad “liquida” todo está aquí, accesible ahora y al alcance de la mano y sin embargo, insolente y enloquecidamente distante, obstinadamente ajeno, más allá de toda esperanza de ser comprendido cabalmente alguna vez, en consecuencia, el futuro ya no es un tiempo que se persiga, pues solo aumentaría las complicaciones presentes, acrecentando exponencialmente la inútil y sofocante masa de conocimiento, impidiendo la salvación que seductivamente ofrece. La masa del conocimiento acumulado ha llegado a ser el epitome contemporáneo del desorden y el caos. En esa masa se han ido derrumbando y disolviendo progresivamente todos los mecanismos ortodoxos de ordenamiento: temas relevantes, asignación de importancia, necesidad de determinar la utilidad y autoridades que determinan el valor. La masa hace que sus contenidos parezcan uniformemente descoloridos. Se puede decir que en esa masa cada pizca de información fluye con el mismo peso específico.  
Para concluir podemos ir diciendo que en ningún punto de inflexión de la historia humana los educadores debieron afrontar un desafío estrictamente comparable con el que nos presenta la divisoria de aguas contemporáneas. Sencillamente nunca antes estuvimos en una situación semejante, aun debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información, con una pizca de formación, y también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo. Como educadores somos unos gladiadores, a la vista del mundo, unos dinosaurios en vías de extinción.
Muchas gracias por su amable escucha. Dios los bendiga.


 





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